La
educación sexual como educación de los sentimientos
Enrique Rojas
Educar
es comunicar conocimientos y promover actitudes. Lo primero significa que en
toda educación hay una cierta cantidad de enseñanza que se acumula, que se va
sumando poco a poco y hace que se vaya conociendo paulatinamente ese algo
concreto. Después viene una tarea importantísima: ¿cómo actuar frente a todo ese
caudal de conocimientos adquiridos? Son dos etapas sucesivas, pero
complementarias.
Educar
es convertir a alguien en persona más libre e independiente, con más criterio.
Ser individuo capaz de pilotar la propia vida con arreglo a unas normas
humanísticas. Por eso toda educación positiva humaniza y libera al hombre,
llenándolo de amor.
Hay
que distinguir por tanto dos facetas en este terreno; por un lado la información
y por otro, la formación. Mientras el primero consiste tan solo en la suma de
una serie de datos, observaciones y manifestaciones específicas, el segundo va
más allá. Trata de ofrecer unas pautas de conducta de acuerdo con una cierta
orientación humana, se preocupa que a todo ese saber se le saque el mejor
partido, favoreciendo la construcción de un hombre más maduro, más hecho, con
más solidez... más humano y más dueño de sí mismo.
Muchos
libros sobre educación sexual no son tales, ya que sólo cubren la parcela
informativa, pretendiendo ser asépticos en la vertiente formativa. Algo parecido
puede suceder cuando ésta se imparte de modo colectivo y termina siendo una
especie de clase de anatomía y fisiología a la vez, en donde se relata como se
realizan las relaciones sexuales, las distintas técnicas y estilos que existen,
pero no hay un fondo moral o ético adecuado. Porque no hay educación sexual
neutra. Es imposible. Es una pieza de museo pedagógica, imposible en su esencia.
Habrá unas educaciones más cargadas de orientaciones y otras más ligeras. Unas
en la línea de la liberación sexual o apuntando hacia el marxismo, hacia las
corrientes del psicoanálisis de Freud o siguiendo las directrices de Jung o de
Adler o del conductismo o inspiradas en el humanismo cristiano... pero vacías de
criterio no es posible que se den, ya que a eso se le llamaría clase de anatomía
o de fisiología o de ginecología, pero en ningún caso educación sexual. Ahí está
el matiz diferencial.
Educar
es instruir, formar, guiar, sacar lo mejor que hay dentro de una persona; irla
puliendo y limando para hacerla más dueña de sí misma. Es provechoso repasar las
etimologías. Esta palabra procede de dos derivaciones latinas: e-ducare, que
significa ir conduciendo de un sitio a otro; y e-ducere, que quiere decir
extraer, sacar hacia fuera lo que hay dentro. Una y otra apuntan en la misma
dirección. Educar es aquella operación que se lleva a cabo con alguien y que
tiende a la realización más completa de la persona. Esto se produce mediante un
progreso gradual y ascendente. Toda educación del tipo que sea necesita tiempo.
O dicho de otro modo; es necesario que vaya asimilando paulatinamente todo lo
que de palabra y obra ha ido llegando hasta él. Acumulación de contenidos
intelectuales, afectivos y técnicos que se aprietan en una síntesis que debe ser
realizada por el educador.
Resumiendo:
educar es promover el desarrollo de una persona para que alcance un cierto nivel
de conocimientos teóricos, que le lleven poco a poco a una actitud práctica que
le conduzca a su mayor bien posible. Vemos que consta ésta de una dimensión
teórica y de otra práctica . Toda educación es como una labor de orfebrería:
labrar a golpe de martillo y de cincel, para sacar del material con que se
cuenta lo mejor.
La
educación debe estar presente a todo lo largo de la vida; pero la educación
integral tiene su punto de partida en la infancia y en la adolescencia.
¿Cuáles
son los principales elementos de la educación?: podemos resumirlos así: el
primer lugar el tema específico de que se trate (hay educación física,
psicológica, artística, para el tenis, el golf, el inglés, las artes marciales y
un larguísimo etcétera); después está la figura del educador que tendrá una
enorme trascendencia, la motivación que se ponga en juego, el amor con que se
enseñe esa materia y la disciplina que será necesaria para que ésta se vaya
consolidando y no sea flor de un día. Enseguida entraremos en cada uno de ellos.
La
educación sexual consiste en la consecución de un conocimiento adecuado de lo
que es la sexualidad, que va desde su desarrollo hasta la culminación del
encuentro físico entre un hombre y una mujer, que apunta hacia la madurez
psicológica y la plenitud de la persona, en el marco de lo que debe ser la
dignidad humana. Ese conocimiento no descuida ningún aspecto del hombre: va de
la anatomía al plano físico, de los aspectos psicológicos a los sociales y
culturales, pasando por el terreno espiritual y el entorno en donde ésta se
desarrolla o las etapas evolutivas que ésta va a tener. Educación plena,
completa, integral. Allí quedan convocados todos sus ingredientes. La gran tarea
del educador es proponer unos fines concretos, haciéndolos sugerentes y
atractivos, aunque en un principio sean costosos y se presenten como una cuesta
empinada. Todo lo grande del hombre, es hijo del esfuerzo y la renuncia.
El
éxito de la educación consiste en proporcionar un conocimiento equilibrado de
uno mismo y de la realidad, promoviendo una adecuada jerarquía de valores. La
educación sexual fracasa cuando sólo es información técnica y cuando hay un
claro desajuste o una falta de armonía en lo que se enseña. No hay verdadero
progreso humano si éste no se realiza con un fondo moral.
Por
tanto, una buena educación de la sexualidad se dirige a conocer y disponer
adecuadamente de la propia vida sexual, siendo capaz de pilotarla hacia el mejor
desarrollo personal. Su meta es la integración de estas tendencias en una
personalidad cada vez más madura, de modo que todos los impulsos sexuales se
encaucen de forma ordenada y enriquecedora.
A
los niños hay que iniciarlos a medida que avanza su edad. Son explicaciones
sencillas y conformes a su psicología, pero sin falsear la verdad. Sabiendo
servirla como algo normal, natural, positivo.
En
la adolescencia sugerimos a los padres la postura de adelantarse y así, ir
trazando unos criterios que le ayuden a comprender lo que en esos momentos
experimentan dentro de sí. Cada caso necesitará una estrategia distinta. Siempre
las formas elegantes y prudentes le darán al tema más calidad. En esta edad hay
que huir de dos posturas negativas bastante habituales: 1) El rechazo radical y
represivo, que nos hace volver a la época victoriana, jansenista, montanista o a
un puritanismo de mal pronóstico; en todas esas concepciones late un no querer
abordar la cuestión, un dejarla pasar de largo por diversos motivos; 2) La
antropología, materialista (biologismo) reduce la visión del hombre a lo
puramente material, no admitiendo las otras dimensiones (psicológica, espiritual
y cultural); un ejemplo sería el pansexualismo. Ambas posturas son
reduccionistas y ofrecen una visión estrecha del ser humano.
Educar
en y para la libertad siempre es un riesgo. Pero es una tarea noble, que
contribuye a introducirle a uno en la realidad y que pretende en último término,
desarrollar todas las estructuras de un individuo buscando su realización
integral. Dominar y ser señor de la propia sexualidad, gobernándola con amor,
para entregarla a otra persona, a través de una donación comprometida. Cuando no
ocurre así, los impulsos sexuales van ganando terreno según su capricho,
llegando a tiranizar la conducta, marcándole una línea obsesiva y machacona, que
no libera al hombre, sino que lo rebaja. De ahí que amor y sexualidad formen
conjunto recíproco: no se puede dar el uno sin el otro en la relación
hombre-mujer.
En
diario ABC (Madrid), 10/07/03